Vuelvo como siempre al silencio de la noche,
en ese punto en el que mis amadas musas se revelan,
acompañando el delirio habitual de éstas horas.
En mitad
del revuelo de sin razones que causan esas
musas mías, concibo saborear algunas palabras,
ya casi obsoletas de mi paladar.
Aturdida por las causas
de siempre, agotada
por ese cotidiano pesar;
procuro no en vano, hundirme entre mis letras.
Y viene a mí la palabra serendipia,
como ella misma es; sencillamente seduce a mi lengua
con esa suavidad
que sólo aquellas olvidadas
consiguen;
luego en un aluvión de vocablos algunas frases
comienzan a encontrar sentido, soledad, silencio, oscuridad,
todo cuanto necesitan estas musas sedientas
para dejar brotar
aquello que quiero callar al sol.
Esas lágrimas que ayer
olvide,
aquel aroma en la cama
que pensé olvidado,
tal vez,
el eco lejano
del mar al romper contra el malecón.
Volverme loca,
dejarme llevar por los delirios de la madrugada,
placida abandonarme para ser letra
o
volverme loca y continuar
atenta a los esputos de mis apasionadas musas,
permitir que las letras
dominen mis sentidos y la lujuria
se evoque entre las líneas
incoherentes,
dejar que vengan a mi lengua
palabras exuberantes y rimbombantes para calmar
ésta necesidad del verbo que mi piel anhela.
Vuelvo como siempre, a la letrilla enmarcada,
a esas letras añejas que se fusionan
entre el morichal y los olivos.
Vuelvo como siempre al silencio de la noche,
a ese momento en el que abandono mi cuerpo
y soy la oración que busca rima,
esa rima que desespera buscando
una mirada que la lea.
Maldito vicio que, en ti muero.